Ojos de gata IV: la luz que ilumina la oscuridad - M. N. Mera

Ojos de gata IV: la luz que ilumina la oscuridad – M.N. Mera

Helena. Meyrargues, Francia. Abril 1943

—Oh, te conozco Helena, te conozco mucho. Y te he echado de menos, tanto que no puedo evitar hacer esto… —Sostuvo mi rostro entre sus grandes manos y después me besó.
Había algo familiar en su sabor, en su boca, en cómo su lengua buscaba en todos los rincones de la mía, en cómo sus brazos agarraban con fuerza mi cintura. ¿Quién era ese hombre que me besaba y me tocaba como si efectivamente me conociera? A pesar de que me encantaba estar entre sus brazos, me aparté de él con cierta brusquedad. Casi no podía hablar de lo rápido que me latía el corazón.
—¿Quién eres?
—¿Me reconoces, Helena?
—No, no lo sé, hay algo en ti…, algo familiar.
—Soy tu marido…, bueno, lo seré.

Dom. Presente

¡Menudo fastidio! No podría irme hasta haber solucionado aquel pequeño inconveniente. Me alejé de la mesa con el móvil en la mano y marqué aquel número que me sabía tan bien. Me alegré cuando el que contestó fue mi abuelo, era más comprensivo que mi abuela, sin embargo no estaba preparado para lo que me dijo después de explicarle la situación. Colgué el móvil todavía algo confuso y sintiéndome el hombre más idiota de la tierra ¿Ahora tendría que hacer de canguro de dos niñatas? ¡Lo que faltaba!

Val. Presente

De repente lo sentí, como un golpe en el estómago, Hans había desaparecido, y no por voluntad propia. Lo sabía, aunque ignoraba por qué estaba tan segura. «Por favor, que no le pase nada, por favor». Sin darme cuenta de lo que hacía, estaba de nuevo en la Piazza del Duomo, buscándolo entre el gentío, pero ninguno era Hans. Además, él no estaba allí, podía sentirlo. Miré el reloj, ya habían pasado casi dos horas desde que había leído la nota.

Roberto. Meyrargues. Mayo 1943

Mientras los tres se enzarzaban en una discusión sobre lo que podría haber sucedido, mi mente comenzó a atar cabos: su fuerza, su mirada, esa violencia. Solo necesitaba comprobar algo para poder estar completamente seguro de que no me equivocaba. Los tres se callaron cuando, sin decir nada, me acerqué a Helena y le subí la manga de la camisa. Sentí un sudor frío, la marca que esperaba no ver en su cuerpo estaba allí.